lunes, 22 de abril de 2013

Aprender a tirar el Tarot o las Cartas

aprender_tarot

En esta ocasión nos ocupamos en cienciasocultasymas.blogspot.com de unos conceptos básicos para las personas que deseen acercarse al maravilloso mundo del Tarot y sus Misterios.El Tarot es conocimiento esotérico más exotérico. Al primero, lo “esotérico” lo emparentamos con el intuitivo, el conocimiento que no necesita de la razón sino de la “sensación”, este último término empleado en el sentido no fisiológico sino vivencial. Al segundo, en cambio, lo identificamos con aquello que es transmisible, verbalizable, razonable. Este último es el que se transmite en las aulas o, en este caso, a través de lecciones escritas y apuntes. El primero se acerca a la experiencia. Y en Tarot es igualmente negativo darle más valor a uno que al otro. Tanto se equivoca quien, aduciendo profundas intuiciones, desprecia el conocimiento enciclopédico o analítico, como quien se casa “con su librito “haciendo oídos sordos a lo que le dicta su percepción extrasensorial, aunque esos oídos sean los del espíritu. Porque la verdadera intuición nunca contradice a la razón, sino que ambas se complementan entre sí. De forma tal que interpretar una tirada de Tarot –conocemos unos cuantos casos de esos– ignorando el contenido analítico de lo simbólico porque su “intuición es infalible” es tan suicida como limitarse a aplicar dócilmente la letra escrita censurando las vocecitas interiores. El Esoterismo es, ante todo, equilibrio. Y también entre el conocimiento interior y el exterior.

Pongámoslo de otra forma. Si yo aplico literalmente lo que enseñan mis apuntes (con desprecio de lo que “siento “que las cartas me dicen), mi interpretación necesariamente ha de ser incompleta. Si digo lo que me “parece” que las cartas “me” dicen (ignorando olímpicamente el valor y significado que eruditos le han dado a través de los siglos) es muy posible que me equivoque brutalmente. Sólo buscando el punto de inflexión entre ambas lecturas haré de mi interpretación algo coherente.
-Práctica, práctica y más práctica. Aun equivocándose y “metiendo la pata”las veces que sea necesario, es como se mejora la sensibilidad en esto de echar el Tarot. No tema equivocarse groseramente muchas veces: sin duda lo hará. Pero mucho menos permítase desalentarse por eso, ya que es la única condición –el viejo método del ensayo y el error– de perfeccionarse de cara al futuro. Tirar el Tarot es como andar en bicicleta: ¿ustedes conocen a alguien que, sabiendo andar en bicicleta, lo haya aprendido sin caerse más de una vez?
- Tómese el Tarot en serio. No lo rebaje a un frívolo juego de salón para entretener damas aburridas en reuniones de sábados lluviosos. Trátelo con el respeto que se da al conocimiento milenario: esa actitud, no necesariamente devocional pero sí respetuosa, calibra mejor su percepción extrasensorial, porque no de otra cosa estamos hablando.
- Tal vez el aspecto más difícil en el aprendizaje del Tarot, frente al cual muchos claudican fácilmente, es lo que yo llamo aprender a “enhebrar “las cartas, esto es, a leer “de corrido” y con sentido una carta tras otra. Necesariamente, en el principio usted sumará conceptualmente significado más significado, pero lo que le da trascendencia a la tirada es la lectura global y coherente que pueda construir. Otra vez, no hay fórmulas secretas para esto: sólo es cuestión de práctica.
La “adivinación” a través de las cartas no es un proceso incognoscible. Las cartas por sí mismas nunca “dicen” nada, en el sentido de “dictarnos” algún conocimiento. Son, a los efectos prácticos, trozos de cartón pintado. Es el agrupamiento de símbolos que encierran lo que dispara algo en nosotros. Pues son cada uno de sus personajes, eventos y situaciones descriptos tanto en arcanos mayores como menores, los que nos remiten a sucesivos arquetipos del Inconsciente. Es decir, entelequias psicológicas que, en la memoria racial y colectiva, codifican determinadas respuestas asociables a determinados estímulos.
Baste reseñar para el lego que un arquetipo es como el ladrillo psíquico de nuestra personalidad, pero un ladrillo que no pertenece a la superestructura levantada a lo largo de nuestra vida en función de las vivencias, sino que forma parte del fundamento basal del edificio de nuestra vida. A través de los siglos y los milenios, la repetición en el plano individual y colectivo de determinadas experiencias críticas ha marcado a fuego la genética de nuestra especie, y esos “recuerdos ancestrales”, transmitiéndose de generación en generación (especialmente cuando son olvidados o soterrados por la cultura imperante) aflorando como símbolos y signos que de lo colectivo, lo mitológico, se reflejan en el macrocosmos de nuestras experiencias cotidianas.
El Arlequín, Bufón o Loco, aquel que transgrede el “establishment”, destructivo en su irresponsabilidad pero motivador en sus pasiones; el Sabio, que avanza lenta y serenamente detrás de objetivos claros, apoyándose en el cayado de las experiencias e iluminando su camino con la luz de la Razón; la Rueda de la Fortuna, repitiendo los ciclos del ser a través de los tiempos; el sufrimiento expiatorio del Ahorcado; la Luna, expresando la consciencia sólo como un reflejo del inconsciente, todos símbolos emblemáticos, profundos en sabiduría, que encierran, en conjunto, las claves de nuestra naturaleza mortal.
De forma tal que las figuras que nos muestran las cartas no son el aleatorio producto de una mente desequilibrada o el afán iluminista de algún mercachifle de la alta Edad Media.
Sus figuras, sus colores, cada uno de sus, en ocasiones, insólitos elementos asociados (las letras en el Carro, el número preciso de “lágrimas” que derrama el Sol o el pequeño pájaro negro a un costado de la Estrella, así como el Diablo sacando la lengua o tomando una espada sin empuñadura) tienen una interpretación precisa. Y, evocativamente, su contemplación meditativa (¿qué otra cosa hacemos cuando, con un cierto vacío expectante en nuestro tórax, observamos en silencio las cartas tratando de encontrar una respuesta a nuestras preguntas?) actúa en nuestro inconsciente, porque, precisamente, en nuestro inconsciente encuentra un eco, que es como decir, el retorno a la fuente de sus orígenes:
el arquetipo dibujado en la carta no es más que, después de todo, un reflejo degradado del Arquetipo que duerme en las sombras de los lejanos recovecos de nuestra psiquis más profunda. Parapsicológica, es decir, la capacidad innata, latente en todos y cada uno de nosotros, de producir, voluntaria o involuntariamente, fenómenos parapsicológicos. Y esa asociación de ideas, de imágenes, esa correspondencia psicoide entre el dibujo en el mundo material y la pulsión despertada en lo mental detona esa Potencialidad.
Y en esa circunstancia y ese contexto, afloran ciertos fenómenos parapsicológicos.
Como el de la clarividencia, el conocimiento sin el uso de los sentidos físicos, de información en tiempo presente. Y le contamos al consultante “la otra historia” de su realidad, hoy.
O cuando esa clarividencia se ambienta en tiempos pasados (retrocognición o postcognición) o futuros (premonición o precognición) y hablamos de lo que ha sucedido (y nadie ha venido a contárnoslo) o lo que podrá suceder –obsérvese, ya veremos porqué, que he escrito “podrá suceder”y no “sucederá”– en el futuro.
Pero también es posible que, en ese instante de recogimiento, una misma imagen mental esté presente en dos psiquis simultáneamente; la del consultante y la mía, y hablaré, entonces de telepatía.
Para, finalmente, no olvidar que si en Parapsicología llamamos psicoquinesia a las “modificaciones que el psiquismo hace en un sistema físico en evolución” todo el proceso de barajado de las cartas conforma un sistema cerrado en evolución, y nuestra acción, inconsciente, puede canalizar una psicoquinesia que haga que, después de todo, no sea tan “azarosa”la disposición final de esas cartas.
Por supuesto, es posible que algún lector cuestione la validez de los fenómenos parapsicológicos aquí mencionados. Si es así, lo siento; tal ignorancia (no lo digo en un sentido ofensivo, sino en el estricto del diccionario) es problema suyo, no mío.
El segundo aspecto digno de ser considerado tiene que ver con lo que podemos esperar del Tarot. Soy consciente de que pocas, muy pocas personas, acuden al mismo con la actitud espiritual e intelectual menester, esto es, haciendo de la entrevista una forma de adoptar, con tiempo, actitudes y caminos constructivos ante la vida, manteniendo en claro su discernimiento del absoluto libre albedrío que le compete con respecto a su futuro. Muchos son los que acuden al Tarot como último, desesperado intento de salvarse en la tormenta en que están naufragando sus vidas. Muchos, también, creen que las cartas reflejan un destino inexorable del que nadie, ni tirios ni troyanos, puede escapar. Y esbozar algunos razonamientos respecto a qué podemos esperar (y qué no) del Tarot es tan importante como aprender a echar correctamente las cartas.
Es tan vieja como la humanidad misma la discusión respecto a si existe el libre albedrío, si cada ser humano se encuentra frente al futuro como ante una página en blanco, o si todo está inexorablemente escrito en ella: la voluntad de elegir frente al determinismo tiene tantos adeptos como detractores. Y un ejercicio del razonamiento nos enfrenta a algunas paradojas: mientras por un lado yo puedo elegir entre, por ejemplo, seguir escribiendo estas líneas o detenerme e ir a prepararme un café (a propósito, es una buena idea; ya regreso) ...
... lo cual alentaría la ilusión de que soy dueño del destino, no he podido elegir en mi vida, por caso, cuándo nacer, dónde hacerlo, en el seno de qué familia. Esto es parte de mi historia, que no es más que destino corriendo en un sentido negativo. Podemos ir más allá y preguntarnos hasta qué punto lo que llamamos “libre elección “es tal, como en el caso de optar entre el bien y el mal en mi conducta. Si he crecido en un marco de buenos ejemplos familiares o sociales, donde frecuentemente he visto en mí o en otros las favorables consecuencias de la honestidad y el recto accionar, o por el contrario mi infancia y adolescencia han transcurrido en un barrio donde los malos hábitos, la infidelidad, la mentira eran moneda corriente, con el concepto de obtener pequeñas y cotidianas ventajas de cada desliz hecho con astucia; ¿puede ser entonces realmente tan libre mi elección?
Con razón Smiles escribió: “mucha gente no delinque no por virtud, sino por el temor de ser descubierta”. Yo, mucho antes de saber siquiera que este caballero existía, escribí alguna vez: “mucha gente es buena porque no tiene el coraje de ser mala y arriesgarse a las consecuencias.”
Creo, de todas formas, que el estudio del Esoterismo, como en tantos otros ámbitos, arroja un poco de luz sobre esta cuestión: existe tanto el determinismo como el libre albedrío. Hay cosas que podemos elegir, y otras en las cuales sólo matizar sus efectos.
Para describirlo gráficamente, mi vida es como una barca navegando por el río. Puedo dejarme arrastrar por la corriente (quizás velozmente a destino, quizás contra unas rocas que asoman) o puedo, a fuerza de remo y transpiración, acercarme a una orilla, a otra, anclar en el medio o remar contra corriente. Pero este es el río de mi vida, y dentro de él, y sólo de él, me desenvuelvo. Sostengo que el Tarot no muestra el futuro, sino hacia dónde llevan al consultante las tendencias dominantes, que es lo mismo que decir qué ha de ocurrir (agradable o desagradable) si él no hace nada por evitarlo. El viejo ejemplo: un señor, la noche antes de volar de Washington a Londres, sueña que su avión cae a poco de despegar y él fallece. A la mañana, asustado, cancela su reserva. El avión despega y cae. Todos mueren, menos él, que se quedó en su hotel.
¿Hubo o no hubo determinismo?. Depende de la lectura. No lo hubo cuando atendemos al hecho de que el soñante no murió como su premonición parecía indicarle. Sí la hubo, para los demás. Y esto transforma al Tarot en un arma formidable para construir nuestras vidas: no, como dicen sus detractores (ninguno de los cuales, creo, se dedicó algún tiempo a estudiarlo) un entretenimiento para espíritus débiles ansiosos de una guía paternalista que les ayude a superar su ansiedad frente a lo desconocido, no. Porque al Tarot, como filosofía esotérica que es, poco le interesa si su marido le engaña con la rubia del edificio contiguo, o si su jefe le sonríe en estos días porque en secreto paladea el momento de anunciarle que por ahora (y unos cuantos años más) sus servicios son prescindibles; o si su suegra es la bruja maléfica que todos sabemos. Esas necesidades urgentes de todos los días le son indiferentes a una disciplina para la cual lo único significativo es su crecimiento espiritual. Pero así como usted no tendrá mucho ánimo de hablar de cosas espirituales si se encuentra con graves problemas, la filosofía subyacente al Tarot es pragmática: sólo a través de superar sus obstáculos cotidianos tendrá usted tiempo –y ganas– de preguntarse por las cosas del espíritu. Y si llegado el momento (y dadas las condiciones) no lo hace, problema suyo, amigo o amiga mía: su karma tomará debida nota de ello. Porque una persona que ignore los fundamentos espirituales de nuestra vida cotidiana, o que asfixiada por las angustias de todos los días no pueda reparar en esos mecanismos, es digna de consideración y de ayuda. Pero una persona que, habiendo tenido la oportunidad, desprecia (¿debería quizás haber escrito de-precia?) tales asuntos, es absolutamente responsable de las consecuencias, y a llorar a la iglesia más cercana.
Por eso es necesario aclararle al consultante que, en el caso de aparecer una mala noticia, esto no es necesariamente lo que, sí o sí, ha de ocurrir, sino lo que ha de ocurrir si no se hace a tiempo lo necesario para evitarlo. Y por ello, también, toda entrevista de Tarot debe profundizar las “alternativas” o “situaciones bisagra” que pongan en manos del consultante la decisión de qué caminos tomar. Pues el Tarot es un semáforo que nos advierte que debemos frenar antes del próximo cruce, porque existe el riesgo de un accidente. Si hacemos caso omiso del semáforo y apretamos el acelerador a fondo justo cuando está llegando un camión al cruce por nuestra derecha y no lo vemos, la responsabilidad de las consecuencias (¿adivinen qué?) es nuestra.
Por la misma razón, creo que toda mala noticia que aparezca expresada en los símbolos de las cartas debe ser dicha al consultante pues, si por prurito no lo hacemos, le quitamos de las manos la única posibilidad que tenía de hacer algo para evitarlo.
Finalmente, no creo que la razón de ser de una entrevista de Tarot sea deslumbrar a nuestro consultante con nuestras capacidades, la exactitud de nuestros aciertos o cómo somos capaces de saber de él lo que él ya sabía (una verdadera pérdida de tiempo y dinero, debo decir). Mucho menos, valernos de ello para inspirar una actitud reverencial en el consultante hacia nosotros, aconsejándole qué debe hacer, cuándo y cómo. Que hayamos desarrollado nuestras percepciones para profundizar intuitivamente en una situación no es sinónimo de que hayamos ampliado nuestro sentido común para recomendar qué hacer, especialmente cuando uno descubre que un consejo es lo que uno haría de estar en esa circunstancia, pero ocurre que uno no es el consultante ni está en su circunstancia. Sí, en todo caso, ampliar su cosmovisión de la situación, enriquecer su evaluación con información accesoria, ayudarle a distinguir lo importante de lo urgente (ya que no son sinónimos) e, indirectamente, alimentar en él el sentimiento de que existen maneras correctas de ser y de hacer las cosas, aun cuando todo parece derrumbarse a nuestro alrededor. Si usted descubre cómo el Tarot le ayuda a lograr esto, ¿no cree que es quizás más de lo que pueden prometerle las pitonisas de avisos clasificados?.
Un comentario final, que tiene que ver con el grado de aciertos esperable. El Tarot es un arte, no una ciencia, y menos exacta. Depende de muchos (e imponderables) factores: astrológicos, de salud física y mental, de “feeling” con quien viene a consulta, de lo que cenamos anoche... El porcentaje de aciertos ha de ser alto, pero nunca es total. Desconfíe, entonces, de quienes se autopromocionan como infalibles, y tampoco sea demasiado cruel con su buena tarotista que alguna vez erró un pronóstico, aunque ese error le haya costado a usted algunos euros (o dólares, o lo que fuere) en la consulta: los metereólogos se equivocan más, y los llaman científicos. Y, cada año, en cada país, con fondos privados o públicos, se invierten millones de euros en “encuestas de opinión” que entre gráficos y estadísticas pronostican desde un resultado electoral hasta la evolución macroeconómica... con la misma habilidad con que después explican por qué sus resultados no se cumplieron. Y todos contentos.
Fernando González Silva
Vigo, 21 de Abril 2005

No hay comentarios:

Publicar un comentario